Enamorar a la cámara

Un secreto que nunca comparto es que de pequeña odiaba que me hicieran fotos. La mayoría de mis compañeras suele contar que lo suyo es un talento innato, y que desde niñas, posaban de forma natural ante la cámara, como si hubieran nacido para esto. Sin embargo para mí siempre ha sido clave quien se pone detrás de la mirilla. De pequeña la única persona que me podía sacar fotografías era mi padre. Como modelo, la única persona con la que me siento libre ante la cámara es Jon.

  • Eso es Martina, mírame así, eso como tú sabes…

Me pica esta ropa, no solo es extravagante, sino también incómoda. Los zapatos de tacón me están matando. Pero el sonido de su voz consigue tener en mí un efecto analgésico. Como si no hubiera un montón de gente en esta habitación, ni tuviera muchos focos cegándome. Como si solamente estuviéramos Jon y yo solos, y supiera que la cámara puede fotografiarme tal y como sus ojos me ven.

  • Estás preciosa Martina, solo unas pocas más. ¿Probamos otra pose? Eso es, siéntete cómoda, están saliendo muy bien…

A cada flash una imagen me viene a la mente. Su mano acariciando sin querer mi espalda, poniéndome la piel de gallina. Cambio de postura, y me quito el pelo del cuello, recordando como él suele hacer ese gesto antes de desabrochar las cremalleras de mis vestidos y posar sus labios en mi clavícula.  En imposible que mis labios no se abran de puro placer al recordar sus manos recorriendo mi silueta, mis piernas, su boca besando mis otros labios.

  • Me encanta, lo estás haciendo genial, muéstrame esa mirada tuya…

Y le miro como cuando entra en mí, como cuando se balancea sobre mi cuerpo, y me fotografía con su mirada cada poro de mi piel. Sin darme cuenta, entre foto y foto exhalo un suspiro de placer.

  • Está bien, lo tenemos todo. Miles de gracias Martina, podemos recoger.

Vuelvo a ser consciente de las luces, de la gente extraña, del picor del vestido, de las rozaduras del zapato. Vuelvo a ser consciente de que estamos en una sala rodeados de gente y se acaba todo el artificio. Pesarosa voy camino al vestuario a quitarme el disfraz de modelo, y a volver a ponerme el traje de “Martina”, cuando me sobresalto al sentir unas manos que me tapan la boca

  • Shh, nadie puede oírnos pequeña- Me encanta que me llame de forma diferente cuando estamos solos.

No hay más palabras, todo se precipita entre besos hambrientos, manos entrelazadas, gemidos ahogados en nuestras ganas. Las luces comienzan a apagarse, y la gente comienza a abandonar el estudio. Para ellos solo ha terminado una jornada más, para nosotros, solo es el principio de una noche llena de promesas.

 

Este relato fue inicialmente publicado en la Revista Mira de Globus Comunicación

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