Es madrugada, pero no puedo dormir. Cierro la puerta del salón, enciendo la televisión y empiezo a pasar los canales, entre juegos de casino y anuncios de teletienda. Oigo de fondo los ronquidos de mi marido. Miro el teléfono móvil. Es una sensación extraña, esa de saber que toda tu vida podría cambiar solo marcando una tecla. Un mensaje. Pero no puedo hacerlo.
Me gusta mi vida, quiero a mi marido, sé que no se trata de eso. Es solo que a veces me siento aburrida, sola, y me da por pensar si podría haber algo más. Algo diferente, algo nuevo. Solo era un pensamiento, hasta que apareció él.
Fue una cosa tonta, un café que se derrama en un bar mientras estas con las amigas, un desconocido que se acerca a ayudarte, unas sonrisas que se intercambian, todo muy inocente. Pero el destino hace que os volváis a encontrar, que acabéis charlando, que se presente cada día en la misma cafetería, con la ilusión de verte y que tú, sin querer pensarlo demasiado, acudas con la misma idea. Al final, intercambiáis los teléfonos, y entonces te das cuenta de que es real, de que te está pasando a ti. Pero tú no eres de esas.
Nadie tendría por qué saberlo. Podría ser mi secreto. Todo el mundo tiene uno. Sería esa alegría que recordar en los momentos tristes. Porque la vida solo es una y las oportunidades no siempre se repiten. No lo pienso. Deletreo el nombre el hotel más cercano, me pongo el abrigo, y así, como estoy, salgo por la puerta. Antes del amanecer estaré de vuelta.
Alguien llama a la puerta, y abro temblorosa. Es él. Él y su perfume, él y su sonrisa. Me derrito nada más verle. No hay más palabras, ya hemos gastado demasiadas. Su mano se precipita a mi cintura y me atrapa con un beso, tan húmedo como ardiente. Caigo sobre la cama enredada entre sus manos, sus caricias y todas nuestras ganas acumuladas en cada charla, en cada pensamiento a solas. Pero esta vez quiero ser otra, distinta. Me pongo sobre él y tomo yo las riendas. Esta será la única noche, y quiero disfrutarla a mi manera. No quiero ser la mujer sumisa que he sido en mi matrimonio. Quiero ser la mujer valiente, decidida, que busca lo que quiere y que sabe dónde y cómo encontrarlo. Comienzo a moverme a mi ritmo, marcando mis reglas, disfrutando de cada instante robado. El primer orgasmo llega rápido y delicioso, pero la noche aún no se ha acabado. Robo cada gota de su aliento, cada beso, cada caricia ansiada y cada jadeo ahogado, mientras nos quedan horas.
El sol entra por la ventana del salón, he vuelto a casa. Tras borrar las huellas de mi delito, vuelvo a la cama y caigo, ahora sí, en el mejor de los sueños.
Este relato fue inicialmente publicado en la Revista Mira de Globus Comunicación