Todavía hay quién traduce la palabra sexo por penetrar. Se olvidan de las caricias, de los besos, de los juegos y de todo el placer que se puede obtener al juntar dos cuerpos, más allá de que un pene entre en una vagina.
En realidad, se le da un excesivo valor a la penetración, y tiene su explicación: es aquella práctica en la que la total protagonista es el pene. Aunque la RAE solo dice que penetrar es introducir un cuerpo en el otro, sin más detalles, se suele tener en mente que es el pene el que penetra, y la vagina la que es penetrada. Pero no es así siempre. Las mujeres también pueden penetrar y los hombres ser penetrados por ellas.
La idea es tan sencilla como incluir un dildo en la ecuación, y colocarlo en un arnés. De esta forma es la mujer la que toma el rol activo en la relación y la que puede penetrar en esta ocasión el ano de la pareja, para estimular el punto G masculino , que recibe el nombre de punto P, por la próstata.
Esta práctica recibe el nombre de ‘pegging’ y tiene todo el sentido del mundo, ya que la estimulación de esta zona puede por sí misma provocar el orgasmo en el hombre, aunque también puede hacerlo más intenso si se combina con la estimulación del pene. Toda una puerta al paraíso.
Al fin y al cabo el sexo se trata no solo de penetrar o no, sino de dejarse llevar y vivir nuevas experiencias a nivel físico y emocional con otra persona, teniendo en cuenta que el límite solo está en la imaginación.
Sin embargo, el pegging no es una práctica muy extendida. En primer lugar porque el uso de arneses y dildos se vincula directamente a mujeres homosexuales, cuando esto tiene mucho más que ver con las ideas machistas del porno, ya que la penetración no es la protagonista absoluta del sexo de mujer a mujer.
Por eso mismo, porque se centran más en otras prácticas, y más en la estimulación del clítoris que en la vagina, las estadísticas dicen que las mujeres homosexuales tienen más orgasmos .
En segundo lugar porque todo lo que tenga que ver con la estimulación anal en el hombre se sigue vinculando por desgracia a un cuestionamiento de su “virilidad” y de su orientación sexual. Algo absurdo, porque la virilidad es un estereotipo arcaico que no tiene que ver con cómo se percibe el placer, y porque por ejemplo, en el caso del sexo oral, los hombres heterosexuales no se plantean dejar de practicarlos porque también sea una práctica habitual entre hombres homosexuales. Igual que lo hacen entre hombres, se lo puede hacer una mujer. Pues con la penetración exactamente lo mismo.
La estimulación de los nervios cercanos al ano, ya sea de forma manual, oral o con un estimulador prostático o incluso un dildo puesto en un arnés, no tiene que ver con la orientación sexual, sino solo con el disfrute de una zona que es sensible al placer sexual. De hecho la orientación sexual no la definen nuestras prácticas sexuales, sino nuestros sentimientos hacia otras personas. Lo demás está solo en la mente de cada cual.
Quizás, el motivo por el que realmente un hombre tiene miedo a disfrutar del pegging es precisamente porque conlleva un intercambio de roles. Es decir, que hay cierto reparto no solo en la idea de ser el penetrado, sino de ser el sujeto pasivo, y dejar que la mujer tome el control para ser el activo. Como si eso supusiera un cambio en la balanza de poder. Como si el sexo fuera una forma de dominar y no de disfrutar.
Se trata de entender que la cama también puede ser un lugar para la igualdad, no es un sentido social, pero sí sexual. Es decir, que ambos pueden dar y recibir, para sentirse en el lugar del otro, y vivir así aún más experiencias.
Al fin y al cabo, tener sexo con tu pareja es precisamente eliminar todos los prejuicios y tabús para ser simplemente dos cuerpos que sienten placer de todas las formas posibles. Penetre quien penetre.
Este post fue publicado originalmente en Ultravioletas Woman Magazine