Lleva toda la noche mirándome. Al principio disimulaba más, tanto que incluso pensé que miraba algo detrás de mí, hasta que las miradas empezaron a ser tan insistentes que no pude sino pensar que debía de estar mirándome a mí. Todo el mundo en la fiesta parece ocupado, toman sus copas de champán, lucen sus elegantes vestidos y hablan animadamente. Nunca he estado en una fiesta de este tipo, pero mi hermana ha vuelto a casa con su marido, el diplomático, y se han empeñado en que les acompañase. Todo es lujo a mi alrededor, desde las lámparas hasta la copa que sostengo en mi mano, y que me oculta de las miradas indiscretas de mi desconocido. Lleva un traje negro, con chaleco y pajarita blanca. Tiene buena planta, y sus ojos me dicen que seguramente sea extranjero. Esta vez es él quién me pilla observándole. Algo azorada, y ante la ausencia de mi hermana, decido ir al baño a refrescarme un poco.
Hay dos mujeres mayores en el aseo, así que espero que terminen de retocarse mientras observo la opulencia del lugar. Cuando las dos mujeres salen, oigo alguien que entra a mi espalda, pero para mi sorpresa no es otra mujer, sino el hombre de la sala.
Nos quedamos quietos, uno frente al otro, observándonos sin mediar palabra. La tensión sexual es tal que casi me cuesta respirar. El desconocido susurra algo en algún idioma extranjero que no logro entender, y opto por dejar que sea mi cuerpo el que hable. Me acerco a él, cojo una de sus manos, e introduzco su dedo corazón en mi boca. El desconocido, cierra con cerrojo la puerta del baño, y de un solo movimiento, me rodea por la cintura y me pone sobre la puerta. Su boca no me besa, sino que se pierde en mi cuello, en mi clavícula, en el comienzo de mis senos, que masajea a placer. Exhalo un suspiro, y rápidamente bajo la mano a su entrepierna para encontrarme con una eminente erección. No hay tiempo que perder, alguien podría intentar entrar. Acerco a mi desconocido hasta el lavabo y subo sugerente la falda de mi vestido. Él entiende mi gesto universal, me aupa al frío mármol, saca su llamativo miembro y comienza a embestirme mientras yo le rodeo con mis piernas para dejar que me llegue lo más profundo posible, mientras aguijoneo su oído con mi lengua. El orgasmo me atraviesa eléctrico, mientras él me tapa la boca para evitar hacer ruido. Tras acabar, mi desconocido se recompone, me da un suave beso en la mejilla y desliza una tarjeta de visita en el dorso de mi mano, para después salir sutilmente por la puerta.
Nada más salir del baño, encuentro de nuevo a mi hermana.
- ¿Y qué? ¿Merecía la pena venir?
- No sabes cuánto…
Este relato fue inicialmente publicado en la Revista Mira de Globus Comunicación