Tengo los nervios agarrados al estómago. Es la tercera cita. A decir verdad no creía que pudiera conocer a nadie interesante en una web de contactos, y mis primeras experiencias no me animaron mucho. Pero cuando iba a darme por vencida, me llegó su mensaje, y en seguida supe que había algo diferente en él. Primero fue un café, lo más fácil para un descarte rápido. Después un cine y una cena, ideal para empezar a intimar. Esta noche cenamos en su casa. Puede pasar todo o que se quede en nada.
Subo hasta el primer piso, y llamo a la puerta. Y ahí está él, con unos vaqueros rotos, una camisa de lino, y una sonrisa de infarto, me va a costar no ir directa a postre, pero no quiero parecerle fácil. Me enseña su casa. Es bastante detallista para ser un hombre. Madre mía, ¿y si es gay? O peor, ¿y si le ha decorado la casa su madre? Pasamos a la cocina, y he de reconocer que huele mejor de lo que nunca ha olido la mía. Espero que tarde mucho en descubrir que soy una terrible cocinera.
Nos sentamos a la mesa. Ha puesto velas y ha comprado un vino, que aunque solo sea por la etiqueta, parece bueno. Se lo está currando, y eso es que le gusto. O que quiere acostarse conmigo. O las dos cosas. Madre mía, creo que hacía mucho tiempo que nadie me ponía tan nerviosa.
- ¿Y qué te parece entonces?
- ¿El qué?
- Lo de irnos un fin de semana a la casa de mis padres en la sierra…
- Ah, sí, claro, ¿por qué no? – ¿Un fin se semana entero? ¿Tan pronto? Me bebo la copa de vino casi entera.
- Te noto un poco tensa… Si no te gusta la idea…
- ¡No, no! Me encanta… Lo que pasa es que… No sé, no suele ir todo tan bien y…
- Entiendo… – Aun no hemos terminado la comida que hay en el plato, pero mi cita se levanta, enciende su cadena de música, y me ofrece su mano- Probemos así, ¿bailas?
Le miro un poco descolocada, pero acepto su invitación. Me dejo guiar por sus pasos seguros, y entre sus brazos, por alguna extraña razón, comienzo a sentirme ligera, tranquila. Me relaja el calor de su cuerpo, su olor. Sonrío.
- ¿Mejor?
- Mucho mejor…
Mi cita, que sabe cómo llevar el ritmo de nuestra música, se acerca ahora para darme un beso. Primero lento, y después mucho más intenso. No hace falta terminar la cena, ni hacerme otra invitación. Pronto acabamos en el sofá, besándonos, acariciándonos y suplicándonos como dos adolescentes. Sus manos se mueven seguras por mi anatomía, y nuestros cuerpos parecen encajar en una perfecta sintonía que no suele ser habitual. Vuelvo a sonreír. Ya sin más dudas, y sin más miedos me abro a él en todos los sentidos posibles de la palabra, dejo de pensar, y comienzo a disfrutar.
Este relato fue inicialmente publicado en la Revista Mira de Globus Comunicación